lunes, 9 de diciembre de 2013

BRUTUS

Me hubiera gustado tener una madre.
Sentir la tibieza de su cuerpo contra el mío, besando mis mejillas y mi frente al despertar.
Percibir una de sus manos sobre mi pelo, alborotándolo mientras se ríe, y con la otra se sujeta el cabello, del que escapan mechones rebeldes que caen sobre mi rostro.
Su risa, su aroma, me confirman que son suyos los besos, que es ella quien me da la bienvenida a la vida, un día más.

Pronunciando mi nombre, susurrándolo sonriendo.
Me hubiera gustado tener una madre.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Tetraedro

CARA I.


Aquel verano fue diferente. No regresé a casa. Volví de las vacaciones a mi nuevo apartamento. Mi primer mes de agosto sin ella y sin mis hijos. Los nuestros. Estaba solo. Me había quedado solo. Lo estaba con razón. Yo me lo había buscado. Ella me había perdonado muchas veces. Cada vez que me creía y volvía a saberla mía, sentía poder. Todopoderoso. Monarca de una tiranía con tres súbditos. La palabra perdón ¿qué significa? Sólo es una llave para poder abrir la puerta de una relación. Un día, la puerta no se abrió. En ella ponía respeto y yo... yo no tenía ni tengo esa llave. ¿Cómo pudo cambiar la maldita cerradura?

CARA II,

Tenía doce años. Mamá fue a recogerme a la parada del autobús. Como si no tuviera importancia me preguntó si papá me había dicho algo la noche anterior. Le respondí que sí, que me había dicho que me quería pasara lo que pasara. Hoy sé que su forma de querer es egoísta. Cuando volvimos a casa y vi que me había dejado sus tebeos de colección de Mortadelo y Filemón y un tanque en miniatura, tuve claro que se había ido para siempre. Fui a ver a mamá, que estaba en la cocina y se lo dije.

CARA III

Tenía nueve años. Mamá me dijo que papá se había ido de viaje y me extrañó. Le pregunté si había dicho adiós. Ella dijo que no. Pasaban los días y papá no volvía. Fui a ver a mamá, que estaba en la cocina y pregunté: "¿Cuándo vuelve papá?". Ella contestó: "No va a volver". Yo repliqué: "No te creo". Me cogió de la mano y me fue enseñando la casa, todos los objetos ausentes de papá,  en los que yo no había reparado, hasta que llegamos a su habitación y abrió su armario. Estaba vacío. Empecé a llorar. Mi hermano vino y afirmó muy serio: "No sé porqué  se lo has contado, te avisé que iba a llorar mucho cuando se enterara".

CARA IV.

Fue un verano feliz. El nos había abandonado sin avisar una mañana de junio. Aprovechó que los niños estaban en el colegio y que yo tenía médico. Cuando fui al cajero y vi que se había llevado todo el dinero, no sé... no sé lo que pensé, pero sí recuerdo que sentí vértigo. De golpe intuí todo lo que se me venía encima. Cuando volví a casa... ¡Cómo estaba la casa! Patas arriba, en lugar de un marido, parecía que había pasado un ladrón. Tal vez así había sido. Había pasado por mi vida uno que me había robado años de mi vida, no los mejores, porque bien se encargó él de que no fuera así. No tenía dinero. Sólo a mis hijos y la responsabilidad de salir adelante. Por fin, me tenía también a mí misma. Para mí sola. Para reconstruirme, para dejar de ser esclava, para volver a ser persona. Caminaba por el pasillo de casa y no tenía miedo, así que cambié la cerradura de mi corazón. Ponía respeto, ya no la abría un "perdón".








jueves, 5 de diciembre de 2013

Bordeaux - Saint Jean

Estabas hoy en la estación que luce pintada de azul. Mi vagón se detuvo justo frente a ti. Mochila, camiseta blanca y vaqueros. Llevabas gafas de sol y no supe si me mirabas. Podías haber sido cualquiera, pero nadie es como tú. Hay oportunidades que se presentan una vez en la vida -pensé.

Me levanté, cogí mi bolsa de deporte y bajé al andén justo en el último segundo. Habías desaparecido. Cerré los ojos. Los abrí. Otro tren. 

En la ventanilla vi mi reflejo: mochila, camiseta blanca y vaqueros. Llevaba gafas de sol y no supe si alguien me miraba. 

La puerta se abrió. Tú bajaste. Nos besamos.

En la estación vestida de azul.

martes, 3 de diciembre de 2013

Emborracharme.

Deseando llegar para contártelo. Apuraremos una copa de vino. Celebrándolo. Que ya soy libre. Que hoy he firmado el divorcio. Te veo en la barra. Estás con otro hombre. Me acerco. Saludas y me dices: "Brinda con nosotros, Juan me ha pedido en matrimonio, y acabo de decirle que sí".

domingo, 1 de diciembre de 2013

JESÚS

    Ayer mamá me dijo que cada día estoy más alto y más guapo. Nos sonreímos. Yo añadí que, además, soy fuerte. Muy fuerte. Riendo, la cogí en brazos y corrí con ella hasta el pozo. Cuando llegué allí, la deposité con todo mi amor en el suelo. Nos miramos a los ojos y sonreímos. Me abrazó con fuerza y susurró: "Pase lo que pase, te quiero. Recuerda este momento siempre" Le hice un guiño. Papá me llamó a voces para que fuera a ayudarle con la madera. Volvimos a casa. Riendo.

   Noche. Silencio. Cojo la túnica, el odre(*) de agua y comida para el camino. Salgo con sigilo al patio. Mis padres están fuera. Sentados en el banco de piedra. La sorpresa me paraliza. Papá se acerca a mí y nos abrazamos. Me inclino para que él pueda besarme la frente. Juntos vamos hacia mamá. Me siento junto a ella. Mirando sus ojos azules, le cojo las manos y se las beso. Veo entereza. Siento su Amor.

- Cuídate, Jesús.

   Le sonrío y le hago un guiño. 

   Después me voy.

  Sin mirar atrás.

  Amaneciendo.


(*)ODRE. m. Cuero, generalmente de cabra, que, cosido y empegado por todas partes menos por la correspondiente al cuello del animal, sirve para contener líquidos, como agua, vino o aceite.


Publicado en "Cuentos para sonreír" Editorial Hipálage 2009.
www.hipalage.com

viernes, 29 de noviembre de 2013

Sé.

Sé 
que se van a perseguir las horas,
las unas detrás de las otras 
y yo voy a seguir sin ti.

Aunque no sé hasta cuando,
sé que todo tiene un fin.

Esperanza de volver 
a tenerte.
Unos segundos.
Nada más.
Arañando pasión,
al tiempo,
que me resta sin ti.

Contigo 
he sumado,
lo que nadie imagina,
lo que nadie sabe,
excepto ...

Sabes que te quiero,
Amor.
En esta ocasión,
no has sido tú.
Lo he dicho yo.

Sé que te quiero, 
Amor.
Esta vez,
no me cuestiono:
¿por qué?

Eres un regalo,
por el destino confiado.
Lo acepto como viene.
Ilusionada.


que se van a perseguir las horas,
las unas detrás de las otras
y yo voy a seguir sin ti.

Aunque no sé hasta cuándo,
sé que todo tiene un fin.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Zalantza.

Oiartzun, 2009ko urtarrilaren 6a


Ene laztana,

Ez dakit zer egin. Egunero ikusten zaitut. Hitz egiten dugu. Gero, agurra. Eta zirarra mikatz hori.
Gaur ere bai, berriro, ez naiz ausartu. Nire adore. Non dago? Zergatik bakarrik utzi nau momentu horretan. Hain beharrezkoa da niretzat. Eta berriz, zalantza. Beldurra daukat. Beldur hotz eta beltza. Izialdura. Eta okerrena errealitatea da: zu gabe bizi naiz.

Orduak luzeagoak dira. Nire bizkarrean zintzilikatzen dira eta esesten naute. Bitartean, zu. Hitz bat. Begitarte bat. Begirada bat. Isiltasun bat. Nire isiltasuna.

Lehen unea beti. Zure iribarrea. Eta dena aldatu da. Zurekin nago eta amodiozko hitzak ez dira beharrezkoak. Zure presentzia nahikoa da.

Gero, zu bazoaz. Ni geratu naiz. Gure bideak urrundu dira. Eta haiekin nire zalantza agertzen da.

Maite zaitut esaten dut, baina zu ez zaude nirekin, eta bi hitz horiek bakarrik geratzen dira. Ni bezala.

Orain, nirengana etortzen zara, idazten dudan bitartean. Zer egingo dut? Zer?





miércoles, 27 de noviembre de 2013

Infiel. Parte III - El (Javi)

   El ruido del tráfico del autopista asciende por el terraplén hasta la gasolinera. En un lugar discreto, donde el coche no molesta, aparcado entre dos camiones, Javi espera a Julián. Tiene la ventanilla bajada y apoya el codo en la puerta mientras fuma nervioso un cigarrillo. Mira el reloj. Son las once y media. Suena su móvil.
- Julián, macho, ¿dónde estás? Habíamos quedado a las nueve de la mañana.
- Lo siento, Javi, una reunión de última hora. Llegaré en treinta minutos. ¿Preparado para pasar un finde espectacular en la sierra con mis amiguitas?
- Sí, pero ¡joder! Otro día avísame antes. La gasolinera está enfrente del súper y acabo de ver salir, primero, a mi mujer, y luego, a la otra. ¡Menuda librada!
- Llego enseguida. Luego me cuentas.

   Javi cuelga el móvil y mira por el retrovisor. Le parece ver unas sombras y se gira asustado.

Fin
Fin

lunes, 25 de noviembre de 2013

Infiel. Parte II - La otra (Lucía)

   Lucía había decidido ir al súper. De todas formas, tenía que hacer la compra. Javi le había llamado para cancelar su cita para el fin de semana. Ana, su mujer, no se iba al pueblo como estaba previsto.

   Ana: su mejor profesora en la universidad. No se merecía por marido un tío así. Ella tampoco un amante así. En ese mismo instante la vio al final del lineal. Del susto la lasaña se le deslizó entre las manos. Como su vida durante estos meses con Javi: resbaladiza, precocinada, al principio con sabor pero luego sin gusto. Carne. Sexo. Sólo eso.

   Se agachó a recogerla y cuando se incorporó, Ana ya no estaba. Javi haciendo y deshaciendo a su antojo. Hasta hoy.

   Sacó el móvil y llamó a su mejor amiga:

- Sole, soy Lucía, perdona que lleve cuatro meses sin llamarte. ¿Me perdonas?

sábado, 23 de noviembre de 2013

Infiel Parte I - Ella (Ana)

   Ana sabía que Javi le era infiel con Lucía, su mejor alumna. No era la primera vez. Sí la 
última. Ella le había dicho que se iba en el primer autobús del viernes al pueblo, a ver a su madre. Empezaría su libertad comiendo a solas todas esas cosas que él le prohibía siempre.
Bajó el parasol del coche y observó en el espejito su peinado de vieja profesora de universidad. El color negro le tapaba las canas pero endurecía sus facciones. No era la más bella del reino. Entró en el súper.

   Al pasar junto al pasillo de precocinados oyó un ruido seco y miró. Reconoció al instante la melena rubia, brillante y sedosa de Lucía, agachándose a recoger algo. Prosiguió su camino hasta la sección de lácteos y se detuvo. Respiró hondo. Un fluorescente se fundió. Lo supo. Su matrimonio había terminado. Para siempre.

martes, 19 de noviembre de 2013

Curro Jiménez

SEC. 1. PARQUE. EXTERIOR. DÍA.

MANOLO está con el chándal en la entrada del parque. Pulsa el start de su cronómetro: cuarenta y cinco minutos de ejercicio por delante.

El asfalto rojizo del bidegorri que serpentea entre los jardines le espera desierto. Se escuchan las siete campanadas de la iglesia, cuya torre se divisa desde su posición.

Un profunda respiración y empieza la carrera. Toda va bien. Algún pato sale de la caseta y empieza a nadar en el estanque. Los pájaros se persiguen aquí y allí. El sol empieza a ascender. Hoy hará buen tiempo.

Llegando al recodo del camino, junto a los árboles, en el cambio de rasante, choca de forma brusca e inesperada con otro hombre vestido de traje, que sin decir, nada, se pone a correr en dirección contraria.

Manolo lo mira alejarse estupefacto mientras se detiene. Se lleva la mano al bolsillo.

          MANOLO
        (hablando para sí mismo en voz alta)
     El "joputa" me ha robado la cartera.

Manolo empieza a perseguir al hombre corriendo. Le da alcance y lo golpea en la espalda tirándolo al suelo.

          MANOLO
       (gritando fuera de sí, la cara roja y
       salpicando babas) 
     ¡Dame la cartera!

SEC. 2. COMISARIA DE POLICIA. INT. DIA.

Dentro de la comisaría, atendido por un funcionario sin afeitar con aspecto de haber trabajado todo el turno de noche y seguir tramitando denuncias, porque no ha llegado su relevo.

          FUNCIONARIO
       (con desgana evidente)
     Le voy a leer el parte del atestado 
     para que me diga si está conforme.

          SEÑOR DEL TRAJE
       (nervioso, sentado en el borde la 
       silla, sudoroso y temblando)
     Dígame, señor agente.

          FUNCIONARIO
       (con voz monocorde)
     Que al ir a coger su coche en la
     calle Centenario, junto al Parque
     de María Fernanda, se le han caído
     las llaves de su vehículo al suelo,
     yendo a parar a la arqueta que 
     lleva a las alcantarillas.

          SEÑOR DEL TRAJE
     Eso es.

          FUNCIONARIO
       (con "jeta" de pasar el señor)
     Que no pudiendo coger las llaves y
     teniendo una reunión urgente a las
     cero siete horas treinta de la
     mañana de hoy, ha decidido ir a sus 
     oficinas atravesando el parque 
     corriendo para atajar.

          SEÑOR DEL TRAJE
       (asintiendo con la cabeza)
     Perfecto, eso es.

          FUNCIONARIO
       (reprimiendo un bostezo)
     Que un gitano con patillas y bigote
     se ha chocado con usted en el recodo
     final del parque.

          SEÑOR DEL TRAJE
     Sí, sí, sí.

          FUNCIONARIO
     Que le ha perseguido, le ha 
     golpeado en la espalda y le ha
     amenazado para que le entregara
     la cartera.

          SEÑOR DEL TRAJE
       (casi susurrando)
     Creo que llevaba una navaja, pero
     no he podido verla bien. Eso sí,
     su cara no se me olvida: ese bigote,
     esas patillas a lo Curro Jiménez.

          FUNCIONARIO
       (sigue leyendo sin mirarle)
     Que se le ha entregado la cartera
     y a continuación ha venido a 
     comisaría a poner la denuncia.

         SEÑOR DEL TRAJE
       (más tranquilo)
     Efectivamente.

         FUNCIONARIO
       (mirándole con cara de vaca
       viendo pasar un tren y con voz
       monocorde)
     Ahora le imprimo la denuncia para
     que pueda usted firmarla por 
     duplicado y llevarse una copia.
     Si no le importa, como veo que
     entra Manolo, mi compañero, será
     él quien se encargue de hacer 
     este trámite final.

El señor del traje mira hacia la puerta y ve entrar a Manolo, vestido de policía, con ese bigote y esas patillas a los Curro Jimenez.

FIN.
       



   

domingo, 17 de noviembre de 2013

Cristal

Sentado en la terraza
justo frente a mí.

Cuando tú me miras,
yo no te miro.

Y viceversa.

El cristal
que nos separa,
nos une
en nuestros reflejos.

Mientras,
tú bebes tu café.
Yo bebo el mío.

Saboreándolo,
caliente.

El cristal que nos separa,
nos une en nuestros reflejos.

Y viceversa.

Cuando yo te miro,
tú no me miras.

Sentada en la cafetería,
justo frente a ti.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Egunsentian.

   Regresé a Euskalherria después de muchos años. Transcurrido ese tiempo, el aitona (abuelo) era ya el único que me seguía esperando.
   Llegué sin avisar. Le vi de lejos, junto a la cerca. La misma que pusimos juntos para delimitar los contornos de nuestro terreno. Lagun (Amigo) ladró y él se giró.
  Supe por su sonrisa que me había reconocido al instante. A pesar de la barba, de la ropa y de las estaciones vividas separados.
  Supo por mis lágrimas, las que brotaban sin quererlo, que volvía para pedirle perdón.
  Me abrazó mientras yo murmuraba:
Barkatu, aitona. (Perdón, abuelo).
  El susurró tarareando:
Baina, honela, ez zen gehiago txoria izango.
Eta nik txoria nuen maite,
eta nik txoria nuen maite.
(Pero, de este modo, ya no sería un pájaro.
Y yo amaba el pájaro,
yo amaba el pájaro).

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Depredador@

Era uno de esos días de verano en los que uno se despierta alegre sin tener razones. El aire era limpio y olía a mar. Las calles aún estaban dormidas. En el cielo, el sol gobernaba con mano indulgente. Azul. Cielo azul. Ella estaba desayunando en la cocina con las niñas, él las oía hablar desde la habitación, todavía soñoliento. Por la ventana entró la brisa y le trajo aroma a lavanda y a hierbalimón.

- ¿Hoy iremos a la playa, mamá?
- No,  cariño, hoy tenemos que ir a visitar a la tía, se lo prometimos.
- Pero hace muy buen tiempo, mami, quiero bañarme en el mar como ayer.
- Ya te bañarás mañana y pasado, Astrid, estamos en verano y de vacaciones, vamosa aburrirnos de tanto ir a la playa.
- ¿Le vamos a despertar a papá?
- No, prefiero dejarle dormir, ya sabía que hoy íbamos a visitar a la tía abuela y no quería venir.
- ¿Y por qué no?
- Verás, Aida, él no la conoce y la última vez que yo la ví, debía tener más o menos tu edad.
- ¡¿Nueve años?!
- Sí, nueve. Yo también tuve nueve años.
- ¿Y por qué no la viste más?
- No lo sé, creo que la abuela y ella discutieron. Tampoco vino al funeral de la abuela...
- ¿Echas de menos a la abuela?
- Sí, la echo de menos todos los días, pero pienso que está conmigo y que me habla.
- ¿Y qué te dice?
- Cosas, cosas que una madre dice a una hija.
- ¿Y te dice algo de nosotras?
- Claro que sí, me die que os cuide mucho, que proteja a mis dos tesoros.
- Mami, no puedo más.
- Bueno, déjalo así. Peinaros y lavaros los dientes. Procurad no hacer ruido para no despertar a papá. Recojo los desayunos y nos vamos enseguida. No olvidéis coger las mochilas y los gorros, hace mucho sol.

...

La observo y  veo frío en su mirada azul. Un frío áspero que quemaría al tacto. Miro en su misma dirección y compruebo que un cuidado parterre de petunias blancas la hipnotizan. Me estremezco.

- ¿Y las niñas? - le pregunto.

Vuelve su mirada azul hacia mí y me la clava.

- Las niñas no querían bajarse del coche. En cuanto la vieron supieron que era mala. Me lo dijeron. Me lo gritaron. No las creí.
- ¿Hablas de aquel domingo, hace dos años?
- Pensaba que eran caprichos porque el viaje en coche había sido más largo de lo previsto. Así que desvié su atención hacia los columpios pintados de rojo del jardín. Nunca en mi vida  había visto, ni he vuelto a ver un jardín tan bien cuidado. Las flores brillaban con tantos colores. El césped se peinaba con el viento, a un sentido y al otro, a un sentido y al otro...

- ¿Estaba la tía?


Ella se estremece, vuelve a mirar las flores.

- Había salido a la puerta a recibirnos. Estaba junto a la entrada principal. Vestida de negro, con la fachada gris al fondo. Era como si la casa y ella fueran una misma cosa. Las niñas salieron del coche corriendo hacia los columpios y la tía las siguió con la mirada.

De nuevo sus pupilas en mis pupilas.

- Pero no las miraba como se mira a unas niñas.
- ¿Cómo las miró?
- Las miró como un depredador observa a su presa.

... Besé a la anciana y entramos en el recibidor. Me sorprendió tanta humedad en una casa del interior un día de verano. Tanta oscuridad. Tanto silencio. Me pidió que la acompañara a preparar unos refrescos mientras charlábamos, pero se le notaba molesta. Me dijo que estaba muy disgustada porque las niñas no hubieran ido a saludarla. Me disculpe explicándole que la culpa era mía, que yo les había dado permiso para ir a los columpios, y que habían salido tan disparadas del coche que no había tenido tiempo para pedirles que esperaran para presentarlas. A ella no le convenció la explicación. Fue en ese momento cuando me fijé en ella. Era siniestra, con una delgadez exagerada que pronunciaba sus ojos, las mandíbulas afiladas y el pelo entretejido en un moño polvoriento. Posó sus manos huesudas sobre mí y noté que me clavaba las uñas.

- Perdona, querida, estoy nerviosa. Llevo tanto tiempo aguardando tu visita... - me dijo.
- ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo antes?
- Tu madre me lo había prohibido.
- ¿Por qué?

   La tía señaló la alacena.  En ella una cristalería refulgía con pálido resplandor de luna llena. Era inevitable sentir admiración. La belleza de la filigrana del cristal estilo art-decó era hipnotizante.
- ¡Qué maravilla!
- Sí, eran de tu abuela, llevan tiempo en la familia. Conservamos todas las piezas y hoy, en vuestro honor, vamos a tomar un refresco en ellas.
   Abrió la puerta de cristal y sacó una bandeja de plata, sobre la que dispuso cuatro vasos. Se movía con lentitud, como si flotara. Yo sentí naúseas y empecé a notar una debilidad intensa. La anciana me miró desde la penumbra  y sus ojos centellearon.
- Salgamos al jardín, querida.

   Recuerdo que al salir al jardín, la tibieza del sol me reconfortó. Nunca he vuelto a sentirme así. La tía llevaba la bandeja con los vasos y se giró para pedirme que fuera a la cocina para coger la jarra de limonada. Entré en la casa y me desorienté en la oscuridad.  Ruido de cristales rotos. Gritos de mis niñas en el exterior. Se abrió la puerta y la vieja entró con las niñas agarradas por las muñecas, chillando desesperadas intentando soltarse mientras les arrastraba escaleras arriba. Quise gritar para que me oyeran, pero no pude. Oía cerrar una puerta con llave y, desde lo alto, la bruja me miró y empezó a reír. Me quise tapar las orejas para no escucharla, pero no pude. Me asfixiaba. Todo giraba. Todo era oscuro. Obscuridad.

- Eva, la policía me llamó dos días después de vuestra desaparición. Habían encontrado tu coche en la vieja casa abandonada de tu tía abuela. Estabas sentada en el columpio que todavía colgaba en el jardín, lleno de cristales rotos, de mala hierba. 

   Vuelve su mirada ausente hacia mí,. Nuestras hijas desaparecieron sin dejar rastro hace dos años, y la tuve que internar en este hospital psiquiátrico. Veo el  frío de siempre en su mirada azul y me estremezco, pero no puedo evitar preguntar una vez más:

- ¿Y las niñas?

   Y responde lo de siempre:

- Las niñas no querían bajarse del coche. En cuanto la vieron supieron que era mala. Me lo dijeron. No las creí a tiempo. Pensaba que eran caprichos porque el viaje en coche había sido más largo de lo previsto  Así que desvié su atención hacia los columpios pintados de rojo del jardín. Nunca en mi vida  había visto, ni he vuelto a ver un jardín tan bien cuidado. Las flores brillaban con tantos colores. El césped se peinaba con el viento, a un sentido y al otro, a un sentido y al otro... La tía salió a la puerta a recibirnos. vestida de negro, con la fachada gris al fondo. Era como si la casa y ella fueran una misma cosa. Las niñas salieron del coche corriendo hacia los columpios y la tía las siguió con la mirada.

De nuevo sus pupilas en mis pupilas.

- Pero no las miraba como se mira a unas niñas. Las miró como un depredador observa a su presa.



Fin.









lunes, 11 de noviembre de 2013

Orión.

Sec. 1. ESTACION. EXT. DIA
BLANCO.

Se oye el zumbido de una mosca.

FUNDE A PLANO DETALLE.

Sol abrasador del que sale una mosca.

ÁNGULO MÁS ABIERTO.

La mosca sale del contorno del sol y atraviesa un cielo azul.

PLANO SUBJETIVO CENITAL.

Se sigue oyendo el zumbido y vemos un gigantesco bosque, unas vías de tren que lo cruzan y una pequeña estación junto a una solitaria carretera. Mediodía de verano.

PLANO DETALLE.

Sigue el zumbido y volvemos a ver a la mosca bajar entre los árboles y dirigirse a las agujas en el cambio de vía.

PLANO GENERAL.

Vemos la mosca enfocada en primer plano y desenfocadas, unas hojas de los arbustos del fondo que se mueven. Hay algo rojo.

PLANO DE DESENFOQUE-ENFOQUE.

Se desenfoca la mosca y se enfocan los arbustos en movimiento, distinguiendo alguien o algo de color rojo.

Se enfoca de nuevo el insecto y la cámara lo sigue hasta la estación.

SEC. 2 ESTACION. INT. DÍA.

La mosca entra en la estación donde la penumbra inicial da paso a una sala de espera, en la que los muros de piedra y los bancos de madera recuerdan una iglesia vacía y fría.

La mosca prosigue y entra por la puerta del fondo entreabierta. Es el despacho del jefe de estación.
Un hombre suda con la gorra puesta y su camisa clarea en el pecho y en las axilas. Se quita la gorra y la deposita con esmero sobre su mesa. Una mesa pulcra y ordenada con meticulosidad. Saca un pañuelo doblado en un cuadrado y se seca con él  el sudor del rostro. Lo vuelve a guardar, doblándolo previamente hacia adentro en un nuevo cuadrado perfecto. Sigue escribiendo muy serio su parte de trabajo diario.

A su derecha, en la mesa lateral, un chico sentado dibuja algo que no se distingue en una hoja blanca.

La mosca sigue su vuelo desde la gorra del chico, que está sobre su desordenada mesa, hasta el perro que custodia el vértice de ambas (mesas) y de allí hasta el ventilador del techo, donde las aspas giran lentas y perezosas.

El zumbido de la mosca ya no se oye.

SEC. 3 ESTACIÓN. EXT. DÍA.

Una brisa de polvo hace un remolino de hojas secas en la estación y distinguimos al fondo la sombra de alguien que deja una caja sobre las vías, a la altura de las agujas, retrocediendo con rapidez hasta los arbustos.

SEC. 4 ESTACION. EXT. DÍA.

El mozo, que tenía la mirada perdida hacia la ventana, ha visto moverse los arbustos.

          IOSU
     Jefe, creo que he visto a alguien dejar algo en las vías.

El jefe le contesta sin levantar la mirada de su parte de trabajo, que rellena con esmero.

          JEFE DE ESTACIÓN
     Te habrá parecido, chaval, con este calor todo
     parece cualquier cosa.
     (suena el teléfono y lo coge)
     Sí, sí, de acuerdo, ahora mismo.
     (cuelga el teléfono)
     Toca cambio de agujas, chaval, ve tú y
     POOOOOONNNNTE LA GORRA.

Asevera la afirmación con una mirada penetrante pero divertida. El chico le guiña un ojo sonriente y se pone la gorra.
El perro se levanta y le sigue desperezándose.

SEC. 5 ESTACIÓN. EXT. DÍA.

Un penetrante silbido anuncia la proximidad del tren. El mozo se acerca tranquilo al cambio de agujas, seguido por el perro, que se queda olisqueando las hierbas a un lado de la vía, mientras el chico las cruza para efectuar el cambio de agujas.

          IOSU
     Quieto, Orión, viene el tren. Quieto.

SEC. 6 ESTACION. INT. DÍA.

El jefe se levanta y se estira acercándose a la desordenada mesa del chico. Coge el papel que estaba gabarateando y lo mira: es un dibujo a bolígrafo de un hada sonriente sentada de perfil y hablando con un gnomo vestido de rojo. Gira la hoja, hay unas líneas escritas al dorso.

SEC. 7 ESTACION. EXT. DÍA.

El chico está junto a las agujas. Orión, el perro, le mira tumbado a la sombra de los arbustos. El silbato del tren se oye cada vez más cerca. El chico ve la caja sobre las vías y se dirige hacia ella.

SEC. 8 ESTACIÓN. INT. DÍA.

El jefe mira por la ventana y ve moverse los arbustos junto a las vías, distinguiendo algo de color rojo. A unos metros, Orión está tumbado y el chico, andando en dirección a las vías. Sale corriendo del despacho y de la estación, sin coger su gorra, con el dibujo todavía en la mano.

SEC. 9 ESTACIÓN. EXT. DÍA

Orión mira pasar al tren veloz por delante suyo y se hace interminable.

El jefe sale corriendo de la estación hacia el cambio de agujas. Orión cruza las vías, hacia el lugar donde estaba la caja.

          JEFE DE ESTACIÓN
     (gritando)
     Iosu, Iosu, Iosu.

Sobre las vías desiertas y vacías, todavía polvorientas por el tren que acaba de pasar, el perro se da la vuelta con la gorra de Iosu entre los dientes y camina hacia el hombre.

El jefe de estación cae de rodillas al suelo. El perro se acerca a él y le suelta la gorra delante suyo. Al jefe se le escapa de las manos el dibujo del chico, que todavía tenía agarrado. Coge la gorra y acaricia al perro.

El papel vuela hace el cielo azul de verano y vemos el dibujo del gnomo rojo y el hada sonriente abrazada a Iosu dibujados en el papel. La hoja se gira y leemos las palabras que el chico había escrito en el dorso unos segundos, luego sigue girando.

          IOSU
     (voz en off)
     Si algún día desaparezco y Orión te lleva mi gorra,
     es la señal de que me he reunido con mi hada y estoy bien.
     Gracias por todo, jefe.

FUNDIDO EN BLANCO.

Fin.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Llueve

Llueve.
Y la lluvia sabe quien soy.
Llueve.
Y las gotas lavan mis heridas.

Llueve.
Y las lágrimas se evaporan.
Llueve.
Y el dolor cicatriza.

Llueve.
Y lamo tus contornos.
Dibujo tu nombre
con mi saliva.

Llueve.
Y nada importa.
Llueve.
Llueven caricias.

Llueve para siempre
sobre mí
tu sonrisa.
Publicado en "De versos encendidos" Editorial Hipálage 2011
www.hipalage.com

martes, 5 de noviembre de 2013

LA PRINCESA PIENSA.

La princesa piensa. ¿Qué pensará la princesa? No hay suspiros que se escapen de su boca de fresa... porque la princesa piensa. Tiene ganas de recibir una sorpresa.

Deambula por la estancia sin añoranza. Observa sus trofeos. Hoy le resultan feos. Fútiles recuerdos de amores que fingieron ser eternos. En realidad eran apariencia de seres sin conciencia.

Príncipes que decían lo que no hacían, que escribían lo que no sentían. Príncipes que mentían. Que pedían salvación sólo a cambio de su rendición.

La princesa los salvó. A todos. Uno por uno. Del león, de la bruja, del dragón y de la hidra. No se rindió. Y a todos los rechazó. Cansada de seres dependientes que fingen sentir amores ardientes y creen ser valientes.

Así que cogió los trofeos: el de la hidra, el del dragón, el de la bruja y el del león. Abrió la ventana y los lanzó. Luego sonrió. Y se dirigió al salón.

Abrió el periódico y leyó:

Princesa soltera busca príncipe azul que sepa salvarse solito.

El teléfono sonó. Sonriendo respondió...


Publicado en "Más cuentos para sonreír" Editorial Hipálage 2009.
www.hipalage.com

domingo, 3 de noviembre de 2013

Latido

Atardecer cerró los ojos y escuchó el sonido del latido de su propio corazón.

Amanecer y Atardecer estaba a unos metros, habían pasado casi diez años, pero apenas habían cambiado.

Atardecer recordó las palabras de Boss: "Pártele la espalda y serás mi mano derecha". Atardecer sintió frío, calor, alegría, tristeza.

Amanecer se acordó de que hacía unos minutos, desde un coche le habían gritado:"No vas a morir hoy, cabrón, no vas a tener tanta suerte". Amanecer sintió frío, calor, alegría, tristeza.

Amanecer preguntó:
- ¿Qué pasa, chaval?, ¿piensas que sólo porque te han jodido a ti, tienes derecho a ir por ahí jodiendo a los demás?

Sus miradas se encontraron y se detuvieron. Atravesándose uno a otro hasta el lugar donde empieza la memoria.

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Amanecer y Atardecer estaban sentados en el patio del reformatorio, como tantos otros días. Sólo que esta vez era distinta, porque era el último día. Atardecer acarició el hormigón y arrancó unas hierbitas antes de decir con voz ronca:
- Te voy a echar de menos, tú eres la única persona que me ha tratado con respeto.

Amanecer observó el cielo azul, escuchaba la respiración de su amigo, se miró los brazos, curtidos por el trabajo.
- Mañana mismo vuelvo a mi país, pero no te voy a olvidar. Te doy mi palabra.

Atardecer cogió aire como si estuviera dando una calada a un cigarrillo imaginario y suspiró sin querer hacerlo.
- No sé que voy a hacer sin ti, tío.

Amanecer desplazó su brazo hacia la izquierda hasta notar el contacto de atardecer en su brazo. Sintió su calor, su sudor frío, percibió su miedo.
- Esfuérzate por mantenerte alejado de la mala hierba. Busca tierra fértil.

Atardecer absorbió el calor, el valor que emanaba del brazo de Amanecer.
- No voy a poder, tío, no lo lograré.
- Confía en ti. Y sobrevive.

Una nube cubrió el sol y un viento del oeste barrió el patio, llevándose con él oscuros pensamientos.

- ¿Hoy no has tenido pesadillas, verdad?
- No, tío, he soñado que mi hermano sonreía y desaparecía.
- Tus pesadillas han terminado.
- Ahora tú eres mi hermano.

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Un día de tantos, sentados en el patio, la espalda contra el muro de hormigón, Atardecer le preguntó:
- ¿Por qué no le dijiste al juez que tú no habías robado nada? Ni la moto, ni los móviles, ni nada.
- Mi padre no querría vivir si supiera que mi hermano murió sin honor. Teníamos puestas en él todas nuestras esperanzas. El se quedó en nuestro país y venimos con mi tío. Los dos trabajábamos en la construcción para que él pudiera estudiar en el instituto. Hubiera sido un gran médico.
- Pero tu hermano era un imbécil como yo, que sólo pensaba en robar para tener pelas y comprar móviles, ropa de marca, costo... no se merece tu sacrificio.

Amanecer carraspeó como si quisiera reprimir un rugido.
- Es una cuestión de honor. Yo estoy vivo y puedo recuperarlo. Mi hermano no puede hacerlo.
- ¿Tu padre te seguirá queriendo cuando salgas de este sitio?

Una brisa levantó una polvareda amarilla, arenosa.
- Si conocieras a mi padre... es como el viento del sur cuando llega desde las montañas del Austral. Te envuelve, te arropa, te da fuerzas.
- Qué suerte, tío, mi padre es un cabrón que me ha tratado siempre como a un perro.

El tiempo se deslizó por los rincones. Los otros jugaban al baloncesto, gritaban, reían, discutían, se pegaban. Amanecer habló:
- Mi padre siempre me dice que todos somos iguales, que si cierras los ojos, descubres que el color de piel, la raza o la religión no cambian el sonido del latido del corazón. Todos los corazones laten con el mismo ritmo. Todos tenemos corazón.
- Qué suerte tienes, tío...

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Amanecer miró a lo lejos, por la cuneta de la carretera, en su mismo arcén, alguien se acercaba en sentido contrario. En esa figura había algo familiar... un recuerdo estalla en su mente, del olvido a la memoria.

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En el desayuno me pidió que le hiciera un favor, que le dejaban una motocicleta para ir a recoger una mochila con los libros para el trabajo de ciencias a las seis. Iban a pesar mucho, así que necesitaba que alguien condujera la moto. Le dije que sí.

Aparecí a las seis. Me estaba esperando con una mobylette. El condujo hasta el centro comercial y yo me quedé fuera esperando. Salió corriendo con una mochila en la mano perseguido por el dueño de la tienda de móviles gritando histérico. Se montó en la moto y gritó:
- ¡Arranca, joder!¡qué nos pillan!¡Dale caña!

Puse en marcha la moto. Me latía la cabeza. Yo gritaba, él gritaba. La señal de STOP callaba. El camión bocinaba. Luego todo era rojo. La mochila, los móviles, la moto, mi hermano.
Todo roto. Todo rojo. Yo entero, con la cáscara completa. Vacío por dentro. Sólo un sonido. Sólo un latido. Mi latido.

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Atardecer camina por el arcén. Ve a su víctima a lo lejos, a su pasaporte a ser lugarteniente del Boss.
- Pártele la espalda y serás mi mano derecha.
En su interior resuenan otras palabras:
- ¿Qué pasa, chaval?,¿piensa que sólo porque te han jodido a ti, tienes derecho a ir por ahí jodiendo a los demás?

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La primera vez que vio a Amanecer estaba sentado solo en el patio, soportando todo el muro con su espalda, como si fuera lo bastante sólido para levantar el mundo. Se acercó a él y le escupió las palabras tan bien conocidas, tantas veces oídas, tantas repetidas:
- Ese sitio es mío, cabrón. Levanta y aparta. Estoy hasta los cojones de que vengáis de fuera a quitarnos nuestro sitio a nosotros, que hemos nacido aquí, hijoputa.

Amanecer se levantó y Atardecer le empujó. Algo pasó. De pronto estaba sujetando él la pared, sin que sus pies tocaran el suelo, con dos garras presionando su cuello, ahogándole.
- ¿Qué pasa, chaval?,¿piensas que sólo porque te han jodido a ti, tienes derecho a ir por ahí jodiendo a los demás?

El profundo desamparo de Atardecer se agolpó detrás de sus pupilas. Emitía un débil sonido. Se ahogaba. Amanecer percibió los latidos del cuello ajeno en sus manos y lo soltó.
- Venga, tío, siéntate.

Amanecer y Atardecer se sentaron uno junto al otro, sin tocarse, sin hablarse. Cada uno escuchaba el sonido de su propio corazón. En sincronía.

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Pararon el Alfa Romeo en mitad de ningún sitio. Boss se giró y le dio las últimas instrucciones:
- Ya sabes, si quieres ser mi mano derecha, sólo te queda la última prueba: partirle la columna al puto guiri que te encontrarás caminando por el arcén dentro de un par de kilómetros. Lo tiras en la cuneta y nos llamas al móvil para que vengamos a recogerte. Estamos hasta los cojones de que vengan de fuera a quitarnos nuestro sitio a nosotros, que hemos nacido aquí, esos hijoputas...

Atardecer se bajó del coche y empezó a andar.

Último día de cosecha. Amanecer volvía a casa.

Amanecer y Atardecer estaban a unos metros, había pasado casi diez años, pero apenas habían cambiado.

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- ¿Y qué pasó entonces, abuelo?

El anciano los mira y calla.

- Dinos, abuelo, ¿qué pasó?

- Contestarme a esta pregunta: ¿de qué color es el latido de un corazón?

- Abuelo, tú sabes que los sonidos no tienen color.

- Los amigos, tampoco.