lunes, 12 de septiembre de 2016

Necrópolis de humanoides


     Tras pasar una mala noche, llena de pesadillas y de antiguos recuerdos, tuve la necesidad de ir con  Tutú, mi marido, a visitar el cementerio de humanoides y máquinas. Quería enfrentarme conmigo misma. Debía hacerlo. Aparcamos el turbo y salí sola a caminar por aquel inerte paisaje. Un cartel negro, anunciaba con letras rojas: 

"Necrópolis de humanoides"

     Los monumentos fúnebres eran los propios cadáveres-máquina, roñosos y deformados por la humedad y el paso de estos diez felices años, hasta que desde el tenebroso mundo del inconsciente, un alarmante pensamiento me había revelado la verdad. Impotente entre las estatuas, rodeada por un fino césped comencé a llorar. Saqué el pañuelo y me sequé las lágrimas, entonces fue cuando lo vi. Un humanoide de un metro ochenta, bastante más bajo que yo, sostenía en su mano unas hojas de papel impermeable, algo quemadas.

     Fui hacia él y las intenté coger, pero no podía sin romperlas, estaban sujetas con fuerza. Abrí en su pecho un panel y quedaron al descubierto retorcidos cables, empecé a conectarlos. En un rápido acto reflejo, abrió la mano y la cerró. Las cuartillas cayeron al suelo. Volví a desconectar al humanoide, dejándolo como estaba antes. Recogí las hojas y comprobé con asombro que eran mías. Pertenecían al diario que escribí durante once meses cuando tenía quince años.

(1986)