Nada más pisar el andén lo vio.
Por suerte, estaba casi al borde, pisando la mismísima raya que prevenía del riesgo de aproximarse tanto a las vías.
Un pitido le avisó de la inminente llegada del tren, así que se acercó.
Haber sido payaso de circo, por fin, le iba a servir para algo.