domingo, 3 de noviembre de 2013

Latido

Atardecer cerró los ojos y escuchó el sonido del latido de su propio corazón.

Amanecer y Atardecer estaba a unos metros, habían pasado casi diez años, pero apenas habían cambiado.

Atardecer recordó las palabras de Boss: "Pártele la espalda y serás mi mano derecha". Atardecer sintió frío, calor, alegría, tristeza.

Amanecer se acordó de que hacía unos minutos, desde un coche le habían gritado:"No vas a morir hoy, cabrón, no vas a tener tanta suerte". Amanecer sintió frío, calor, alegría, tristeza.

Amanecer preguntó:
- ¿Qué pasa, chaval?, ¿piensas que sólo porque te han jodido a ti, tienes derecho a ir por ahí jodiendo a los demás?

Sus miradas se encontraron y se detuvieron. Atravesándose uno a otro hasta el lugar donde empieza la memoria.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Amanecer y Atardecer estaban sentados en el patio del reformatorio, como tantos otros días. Sólo que esta vez era distinta, porque era el último día. Atardecer acarició el hormigón y arrancó unas hierbitas antes de decir con voz ronca:
- Te voy a echar de menos, tú eres la única persona que me ha tratado con respeto.

Amanecer observó el cielo azul, escuchaba la respiración de su amigo, se miró los brazos, curtidos por el trabajo.
- Mañana mismo vuelvo a mi país, pero no te voy a olvidar. Te doy mi palabra.

Atardecer cogió aire como si estuviera dando una calada a un cigarrillo imaginario y suspiró sin querer hacerlo.
- No sé que voy a hacer sin ti, tío.

Amanecer desplazó su brazo hacia la izquierda hasta notar el contacto de atardecer en su brazo. Sintió su calor, su sudor frío, percibió su miedo.
- Esfuérzate por mantenerte alejado de la mala hierba. Busca tierra fértil.

Atardecer absorbió el calor, el valor que emanaba del brazo de Amanecer.
- No voy a poder, tío, no lo lograré.
- Confía en ti. Y sobrevive.

Una nube cubrió el sol y un viento del oeste barrió el patio, llevándose con él oscuros pensamientos.

- ¿Hoy no has tenido pesadillas, verdad?
- No, tío, he soñado que mi hermano sonreía y desaparecía.
- Tus pesadillas han terminado.
- Ahora tú eres mi hermano.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Un día de tantos, sentados en el patio, la espalda contra el muro de hormigón, Atardecer le preguntó:
- ¿Por qué no le dijiste al juez que tú no habías robado nada? Ni la moto, ni los móviles, ni nada.
- Mi padre no querría vivir si supiera que mi hermano murió sin honor. Teníamos puestas en él todas nuestras esperanzas. El se quedó en nuestro país y venimos con mi tío. Los dos trabajábamos en la construcción para que él pudiera estudiar en el instituto. Hubiera sido un gran médico.
- Pero tu hermano era un imbécil como yo, que sólo pensaba en robar para tener pelas y comprar móviles, ropa de marca, costo... no se merece tu sacrificio.

Amanecer carraspeó como si quisiera reprimir un rugido.
- Es una cuestión de honor. Yo estoy vivo y puedo recuperarlo. Mi hermano no puede hacerlo.
- ¿Tu padre te seguirá queriendo cuando salgas de este sitio?

Una brisa levantó una polvareda amarilla, arenosa.
- Si conocieras a mi padre... es como el viento del sur cuando llega desde las montañas del Austral. Te envuelve, te arropa, te da fuerzas.
- Qué suerte, tío, mi padre es un cabrón que me ha tratado siempre como a un perro.

El tiempo se deslizó por los rincones. Los otros jugaban al baloncesto, gritaban, reían, discutían, se pegaban. Amanecer habló:
- Mi padre siempre me dice que todos somos iguales, que si cierras los ojos, descubres que el color de piel, la raza o la religión no cambian el sonido del latido del corazón. Todos los corazones laten con el mismo ritmo. Todos tenemos corazón.
- Qué suerte tienes, tío...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Amanecer miró a lo lejos, por la cuneta de la carretera, en su mismo arcén, alguien se acercaba en sentido contrario. En esa figura había algo familiar... un recuerdo estalla en su mente, del olvido a la memoria.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

En el desayuno me pidió que le hiciera un favor, que le dejaban una motocicleta para ir a recoger una mochila con los libros para el trabajo de ciencias a las seis. Iban a pesar mucho, así que necesitaba que alguien condujera la moto. Le dije que sí.

Aparecí a las seis. Me estaba esperando con una mobylette. El condujo hasta el centro comercial y yo me quedé fuera esperando. Salió corriendo con una mochila en la mano perseguido por el dueño de la tienda de móviles gritando histérico. Se montó en la moto y gritó:
- ¡Arranca, joder!¡qué nos pillan!¡Dale caña!

Puse en marcha la moto. Me latía la cabeza. Yo gritaba, él gritaba. La señal de STOP callaba. El camión bocinaba. Luego todo era rojo. La mochila, los móviles, la moto, mi hermano.
Todo roto. Todo rojo. Yo entero, con la cáscara completa. Vacío por dentro. Sólo un sonido. Sólo un latido. Mi latido.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Atardecer camina por el arcén. Ve a su víctima a lo lejos, a su pasaporte a ser lugarteniente del Boss.
- Pártele la espalda y serás mi mano derecha.
En su interior resuenan otras palabras:
- ¿Qué pasa, chaval?,¿piensa que sólo porque te han jodido a ti, tienes derecho a ir por ahí jodiendo a los demás?

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

La primera vez que vio a Amanecer estaba sentado solo en el patio, soportando todo el muro con su espalda, como si fuera lo bastante sólido para levantar el mundo. Se acercó a él y le escupió las palabras tan bien conocidas, tantas veces oídas, tantas repetidas:
- Ese sitio es mío, cabrón. Levanta y aparta. Estoy hasta los cojones de que vengáis de fuera a quitarnos nuestro sitio a nosotros, que hemos nacido aquí, hijoputa.

Amanecer se levantó y Atardecer le empujó. Algo pasó. De pronto estaba sujetando él la pared, sin que sus pies tocaran el suelo, con dos garras presionando su cuello, ahogándole.
- ¿Qué pasa, chaval?,¿piensas que sólo porque te han jodido a ti, tienes derecho a ir por ahí jodiendo a los demás?

El profundo desamparo de Atardecer se agolpó detrás de sus pupilas. Emitía un débil sonido. Se ahogaba. Amanecer percibió los latidos del cuello ajeno en sus manos y lo soltó.
- Venga, tío, siéntate.

Amanecer y Atardecer se sentaron uno junto al otro, sin tocarse, sin hablarse. Cada uno escuchaba el sonido de su propio corazón. En sincronía.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Pararon el Alfa Romeo en mitad de ningún sitio. Boss se giró y le dio las últimas instrucciones:
- Ya sabes, si quieres ser mi mano derecha, sólo te queda la última prueba: partirle la columna al puto guiri que te encontrarás caminando por el arcén dentro de un par de kilómetros. Lo tiras en la cuneta y nos llamas al móvil para que vengamos a recogerte. Estamos hasta los cojones de que vengan de fuera a quitarnos nuestro sitio a nosotros, que hemos nacido aquí, esos hijoputas...

Atardecer se bajó del coche y empezó a andar.

Último día de cosecha. Amanecer volvía a casa.

Amanecer y Atardecer estaban a unos metros, había pasado casi diez años, pero apenas habían cambiado.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

- ¿Y qué pasó entonces, abuelo?

El anciano los mira y calla.

- Dinos, abuelo, ¿qué pasó?

- Contestarme a esta pregunta: ¿de qué color es el latido de un corazón?

- Abuelo, tú sabes que los sonidos no tienen color.

- Los amigos, tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario