miércoles, 13 de noviembre de 2013

Depredador@

Era uno de esos días de verano en los que uno se despierta alegre sin tener razones. El aire era limpio y olía a mar. Las calles aún estaban dormidas. En el cielo, el sol gobernaba con mano indulgente. Azul. Cielo azul. Ella estaba desayunando en la cocina con las niñas, él las oía hablar desde la habitación, todavía soñoliento. Por la ventana entró la brisa y le trajo aroma a lavanda y a hierbalimón.

- ¿Hoy iremos a la playa, mamá?
- No,  cariño, hoy tenemos que ir a visitar a la tía, se lo prometimos.
- Pero hace muy buen tiempo, mami, quiero bañarme en el mar como ayer.
- Ya te bañarás mañana y pasado, Astrid, estamos en verano y de vacaciones, vamosa aburrirnos de tanto ir a la playa.
- ¿Le vamos a despertar a papá?
- No, prefiero dejarle dormir, ya sabía que hoy íbamos a visitar a la tía abuela y no quería venir.
- ¿Y por qué no?
- Verás, Aida, él no la conoce y la última vez que yo la ví, debía tener más o menos tu edad.
- ¡¿Nueve años?!
- Sí, nueve. Yo también tuve nueve años.
- ¿Y por qué no la viste más?
- No lo sé, creo que la abuela y ella discutieron. Tampoco vino al funeral de la abuela...
- ¿Echas de menos a la abuela?
- Sí, la echo de menos todos los días, pero pienso que está conmigo y que me habla.
- ¿Y qué te dice?
- Cosas, cosas que una madre dice a una hija.
- ¿Y te dice algo de nosotras?
- Claro que sí, me die que os cuide mucho, que proteja a mis dos tesoros.
- Mami, no puedo más.
- Bueno, déjalo así. Peinaros y lavaros los dientes. Procurad no hacer ruido para no despertar a papá. Recojo los desayunos y nos vamos enseguida. No olvidéis coger las mochilas y los gorros, hace mucho sol.

...

La observo y  veo frío en su mirada azul. Un frío áspero que quemaría al tacto. Miro en su misma dirección y compruebo que un cuidado parterre de petunias blancas la hipnotizan. Me estremezco.

- ¿Y las niñas? - le pregunto.

Vuelve su mirada azul hacia mí y me la clava.

- Las niñas no querían bajarse del coche. En cuanto la vieron supieron que era mala. Me lo dijeron. Me lo gritaron. No las creí.
- ¿Hablas de aquel domingo, hace dos años?
- Pensaba que eran caprichos porque el viaje en coche había sido más largo de lo previsto. Así que desvié su atención hacia los columpios pintados de rojo del jardín. Nunca en mi vida  había visto, ni he vuelto a ver un jardín tan bien cuidado. Las flores brillaban con tantos colores. El césped se peinaba con el viento, a un sentido y al otro, a un sentido y al otro...

- ¿Estaba la tía?


Ella se estremece, vuelve a mirar las flores.

- Había salido a la puerta a recibirnos. Estaba junto a la entrada principal. Vestida de negro, con la fachada gris al fondo. Era como si la casa y ella fueran una misma cosa. Las niñas salieron del coche corriendo hacia los columpios y la tía las siguió con la mirada.

De nuevo sus pupilas en mis pupilas.

- Pero no las miraba como se mira a unas niñas.
- ¿Cómo las miró?
- Las miró como un depredador observa a su presa.

... Besé a la anciana y entramos en el recibidor. Me sorprendió tanta humedad en una casa del interior un día de verano. Tanta oscuridad. Tanto silencio. Me pidió que la acompañara a preparar unos refrescos mientras charlábamos, pero se le notaba molesta. Me dijo que estaba muy disgustada porque las niñas no hubieran ido a saludarla. Me disculpe explicándole que la culpa era mía, que yo les había dado permiso para ir a los columpios, y que habían salido tan disparadas del coche que no había tenido tiempo para pedirles que esperaran para presentarlas. A ella no le convenció la explicación. Fue en ese momento cuando me fijé en ella. Era siniestra, con una delgadez exagerada que pronunciaba sus ojos, las mandíbulas afiladas y el pelo entretejido en un moño polvoriento. Posó sus manos huesudas sobre mí y noté que me clavaba las uñas.

- Perdona, querida, estoy nerviosa. Llevo tanto tiempo aguardando tu visita... - me dijo.
- ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo antes?
- Tu madre me lo había prohibido.
- ¿Por qué?

   La tía señaló la alacena.  En ella una cristalería refulgía con pálido resplandor de luna llena. Era inevitable sentir admiración. La belleza de la filigrana del cristal estilo art-decó era hipnotizante.
- ¡Qué maravilla!
- Sí, eran de tu abuela, llevan tiempo en la familia. Conservamos todas las piezas y hoy, en vuestro honor, vamos a tomar un refresco en ellas.
   Abrió la puerta de cristal y sacó una bandeja de plata, sobre la que dispuso cuatro vasos. Se movía con lentitud, como si flotara. Yo sentí naúseas y empecé a notar una debilidad intensa. La anciana me miró desde la penumbra  y sus ojos centellearon.
- Salgamos al jardín, querida.

   Recuerdo que al salir al jardín, la tibieza del sol me reconfortó. Nunca he vuelto a sentirme así. La tía llevaba la bandeja con los vasos y se giró para pedirme que fuera a la cocina para coger la jarra de limonada. Entré en la casa y me desorienté en la oscuridad.  Ruido de cristales rotos. Gritos de mis niñas en el exterior. Se abrió la puerta y la vieja entró con las niñas agarradas por las muñecas, chillando desesperadas intentando soltarse mientras les arrastraba escaleras arriba. Quise gritar para que me oyeran, pero no pude. Oía cerrar una puerta con llave y, desde lo alto, la bruja me miró y empezó a reír. Me quise tapar las orejas para no escucharla, pero no pude. Me asfixiaba. Todo giraba. Todo era oscuro. Obscuridad.

- Eva, la policía me llamó dos días después de vuestra desaparición. Habían encontrado tu coche en la vieja casa abandonada de tu tía abuela. Estabas sentada en el columpio que todavía colgaba en el jardín, lleno de cristales rotos, de mala hierba. 

   Vuelve su mirada ausente hacia mí,. Nuestras hijas desaparecieron sin dejar rastro hace dos años, y la tuve que internar en este hospital psiquiátrico. Veo el  frío de siempre en su mirada azul y me estremezco, pero no puedo evitar preguntar una vez más:

- ¿Y las niñas?

   Y responde lo de siempre:

- Las niñas no querían bajarse del coche. En cuanto la vieron supieron que era mala. Me lo dijeron. No las creí a tiempo. Pensaba que eran caprichos porque el viaje en coche había sido más largo de lo previsto  Así que desvié su atención hacia los columpios pintados de rojo del jardín. Nunca en mi vida  había visto, ni he vuelto a ver un jardín tan bien cuidado. Las flores brillaban con tantos colores. El césped se peinaba con el viento, a un sentido y al otro, a un sentido y al otro... La tía salió a la puerta a recibirnos. vestida de negro, con la fachada gris al fondo. Era como si la casa y ella fueran una misma cosa. Las niñas salieron del coche corriendo hacia los columpios y la tía las siguió con la mirada.

De nuevo sus pupilas en mis pupilas.

- Pero no las miraba como se mira a unas niñas. Las miró como un depredador observa a su presa.



Fin.









No hay comentarios:

Publicar un comentario