viernes, 11 de marzo de 2016

Desayuno

-¡Sandra, se te va a enfriar el desayuno!

     Lola comprimió con violencia la botella de leche y le puso el tapón a rosca para evitar que volviera a entrar el aire y se hinchara de nuevo. La que sí se estaba hinchando, pero de furia, era ella. Tiró el envase al cubo amarillo que tenía bajo el fregadero y se agarró a la encimera, concentrándose en respirar. Tenía que calmarse o acabaría yendo a por Sandra y trayéndola a la cocina agarrada por los pelos. Se imaginó la escena y no pudo evitar sonreír. La sorpresa de la niña iba a ser morrocotuda, porque jamás había tenido un solo gesto de violencia con ella. Respiró. Notaba cómo la tensión le estiraba los nervios y hacía que un hormigueo picante le recorriera todo el cuerpo.

- ¿Decías algo, mamá?

     Sandra estaba somnolienta junto a la puerta de la cocina, descalza y despeinada, con los labios, con esos mismos labios de bebé que había observado tantas, tantísimas veces a lo largo de los últimos once años, con esos mofletes que había besado tantas y tantas más...

- Si la leche está fría, te la vuelvo a calentar, cariño.

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